enero 25, 2007

Reciclaje ensayístico

Nunca está de más tener a la mano tus creencias. Con esto de que andamos viendo símbolos, mitos e historia oficial de México, estos ensayos que reencontré vienen al dedillo (wtf).

El primero surgió de la clase de Raíces de la Actualidad Mexicana, donde el maestro estuvo hablando de la injusticia de que se celebre el inicio de la Independencia y se ponga de villano a quien logró consumarla. El segundo... no tiene razón de aparecer aquí más que por el hecho de que me choca que mi padre no quiera llevarme a Blockbuster porque prefería ver un partido de futbol. ¬¬





¿El inicio justifica el festejo?

Uno de los tantos días festivos del año es el 20 de noviembre, aniversario del inicio de la Revolución Mexicana. En todas partes se suspenden labores; sólo los cines y otros centros recreativos permanecen abiertos. Pero, ¿qué se festeja? ¿El fin de una dictadura? ¿La instauración de la democracia? ¿El comienzo de un proceso de cambio en la sociedad mexicana?

Podría alegarse que el título de la efeméride responde a la primer interrogante; sin embargo, “inicio de la Revolución Mexicana” no contesta el por qué debe conmemorarse dicho evento. Ya que suelen celebrarse las fechas del principio (y no final) de cualquier hecho histórico, puede descartarse que la trascendencia del 20 de noviembre sea el haber terminado con la dictadura de Porfirio Díaz. Además, si se considera la edad que Díaz tenía en 1910, puede pronosticarse que no le quedaban muchos años a su mandato.

Entonces, parecería lógico pensar que la instauración de un gobierno democrático es lo que le da importancia a la fecha, pues pudo haberse continuado con una dictadura bajo el mando de otra persona. Sin embargo, incluso hoy se critica la situación antidemocrática de México; a tal grado que hasta hace unos años se empezó a hablar de una democracia en el país al ser elegido Vicente Fox como presidente. Antes de eso, se hablaba de una dictadura de partido.

Así, la opinión pública también rechaza que la Revolución Mexicana haya implantado la democracia. No obstante, es generalmente afirmado que el 20 de noviembre se inició una transformación en el país. Puesto que sería absurdo festejar un cambio negativo, debe darse por hecho que la alteración fue evolutiva y benigna. Por lo tanto, sería absurdo considerar la fase armada de la revolución como inicio del cambio.

Además, habría que delimitar el desarrollo de la revolución y, hasta hoy, no se ha acordado una fecha al respecto. Por una parte, en la historia oficial se establece como final la creación de la Constitución en 1917; posterior a esta fecha se habla de consecuencias del proceso. Por otra parte, internacionalmente, al estudiar el periodo de la revolución mexicana se marca su fin en 1940 al terminar el mandato de Lázaro Cárdenas.

Esta ambigüedad, aunada al hecho de que los supuestos cambios e ideas germinales del movimiento no se han materializado, pone en duda la verdadera relevancia del suceso. La justificación del festejo se vuelve más difícil al estudiar a fondo el proceso y encontrar que estuvo infestado de traición y avaricia; sin ningún propósito explícito de verdadero cambio para el bien de todos. A menos, claro está, que ese bien sea el hacer puente e ir por unos tragos… a salud de todos los revolucionarios.





Productos 100% mexicanos

Rafael Márquez, Lorena Ochoa, Javier Aguirre, Pavel Pardo… son nombres familiares que provocan orgullo en cualquier mexicano. Sin importar clase social, preferencias o nivel cultural, es inquietante encontrar a alguien desinformado de las hazañas de estos personajes. Sin embargo, es aceptable tener dificultad para recordar el nombre de Soraya Jiménez, quien hace unos pocos años gozó de la misma popularidad que sus colegas.

Al igual que en el mundo del espectáculo, los rostros del ámbito deportivo desaparecen, cambian, regresan y se reinventan a la misma velocidad que actrices entran y salen del quirófano. Ambas formas de entretenimiento se han convertido en búsquedas continuas de vigencia. Las personas se convierten en productos con fechas de caducidad que son retrasadas por el uso excesivo de conservadores. ¿El más efectivo? El escándalo.

No es algo personal contra el deporte o el entretenimiento en general; ambos son excelentes para la salud y ayudan al desarrollo personal. Sin embargo, el valor que se les da se basa sólo en su atractivo (no sólo físico, sino también anímico pues qué ánimos no se levantan al enterarse del último chisme de su artista favorito). Es tanta el hambre de permanencia que ya no es raro hablar de crossovers de género: boxeadores que se hacen cantantes, futbolistas que se hacen actores, etc.

Sin embargo, no sería razonable atribuir el problema a una sola persona o a un conjunto de individuos que actúan aisladamente. Lamentablemente, el estado actual del deporte en México es una cuestión social. En los primeros años escolares, la enseñanza de una apreciación de la actividad física es prácticamente nula. El deporte (fútbol, básquetbol, etc.) es sólo una manera de divertirse durante el recreo, un juego. De la misma manera sucede con la música y las artes.

Por esto, no es motivo de desconcierto que deportistas y artistas sólo sean recordados momentáneamente, con relación a sus pequeños y fugaces triunfos. Pequeños si se comparan con lo que podría alcanzarse de manera colectiva mediante una cultura del deporte. Fugaces dentro de la historia de las competencias y de la rapidez con que se termina la participación en una y comienza la preparación para otra.

Definitivamente, el éxito de algunos deportistas en el extranjero es motivo de sentirse “orgullosamente mexicano”. No obstante, el amor hacia este país no debe limitarse a unos casos aislados de frutos recogidos prematuramente. Si se quiere alardear del deporte en México, habría que promoverlo para poder decir que el nivel nacional es igual al de aquellos que triunfan fuera; y que su exportación se debió, por decirlo de alguna manera, a la suerte. Mientras tanto, cabe preguntarse cuál es la fecha de caducidad de los productos de moda o si finalmente nos estamos acercando a una época de bienes no perecederos.

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